1.
Dios
·
Amar a Dios es el mayor
deber de la vida, y yo lo comprendí desde niño, como lo comprenden aún
muchos niños, todavía no emponzoñados por el mundo.
·
El Padre Pío detestaba
la máxima: «Cada uno para sí;
Dios para todos». La encontraba egoísta, demasiado de este mundo
que sólo piensa en sí mismo. Él ponía esta otra de su cosecha: «Dios
para todos, pero nadie para sí solo».
·
Preferiría ser hecho mil
pedazos antes que ofender a Dios, lo más mínimo, una sola vez.
·
El peor insulto que se
puede hacer a Dios es dudar de Él.
·
Dios trabaja en tu alma
para alcanzar su fin maravilloso, que es consumar tu transfiguración en
Él.
·
No te afanes buscando a
Dios lejos de ti: está dentro de ti, contigo, en tus gemidos; mientras
le buscas, Él está como una madre, que incita a su hijo a que le
busque mientras ella se encuentra detrás, y con sus manos le impide que
llegue.
·
Dios está en ti y
contigo: ¿qué temes? El temor angustioso de haberlo perdido es un
argumento cierto y evidente de que mora en ti.
·
Que el mundo se trastorne
de arriba abajo, que todo sea anegado en tinieblas… ¿qué importa?:
entre los truenos y nubarrones, Dios está contigo.
·
El buen Dios me encontró
a mí, solitario y en oración. Llamó a la puerta de mi corazón y yo
lo acogí, pensando que era un deber el hospedar al Señor que me había
creado.
·
¡Problemas importantísimos
son éstos de los últimos tiempos, tan pecaminosos y tan llenos de escándalos!
Se vive como si Dios no existiese y aquellos que conocen la existencia
divina intentan huir de la mirada de Dios, a fin de ahorrarse
preocupaciones en la justificación de su conducta extraviada.
·
Amar a Dios es
complacerle, y no vale la pena preocuparse por el resto, sabiendo que
Dios tendrá cuidado de nosotros más de lo que se puede decir o
imaginar.
·
El hombre es tan soberbio
que, teniendo medios y salud, cree ser Dios, incluso superior a Él.
Cuando, por cualquier razón, se encuentra ante su nulidad, solamente
entonces se acuerda que existe un Ser Supremo.
·
¿Qué teméis, hijos míos?
Escuchad lo que el Señor dijo a Abraham y, en él, a vosotros: «No temáis, soy vuestro protector». ¿No buscáis a Dios? Lo poseéis, no miento. Se deben al demonio
las perplejidades del espíritu que experimentáis. Dios las permite no
porque os odie, sino porque os ama.
·
Servimos a Dios solamente
cuando lo servimos como quiere ser servido.
·
¿Cómo es posible ver a Dios entristecerse por el mal y no
entristecerse también uno?
·
Vengan cataclismos y se
sumerja el mundo en tinieblas, humos y estrépitos... Dios está con
vosotros.
·
Pero si Dios habita en
las tinieblas y en el Sinaí, entre relámpagos y truenos, ¿no
estaremos contentos cerca de Él?
·
El eje de un reloj, como
Dios, está inamovible, y las agujas corren ligadas al centro, midiendo
el tiempo. En resumidas cuentas, el espacio que separa los números del
centro, carece de importancia: Dios es el centro, los números son las
almas, pero hay también un Padre Pío que sirve de puente.
·
Es tal el orgullo del
hombre, que cuando es feliz y poderoso se cree igual a Dios. Pero, en la
desgracia, librado a sus solas fuerzas, se acuerda del Ser Supremo.
·
El hombre tiene un espíritu,
un cerebro para razonar, un corazón para sentir, y tiene un alma. El
corazón puede estar regido por la cabeza, pero el alma no. Por lo
tanto, debe existir un Ser Supremo que la dirija.
·
La
ciencia, hijo mío, por más que sea grande es siempre poca cosa: es
menos que nada, comparada con el formidable misterio de la divinidad.
Hay que transitar otros caminos
·
En
el mundo todo tiene límites. Sólo Dios no tiene límites: ni pasado,
ni futuro. Él es el Increado, el Omnipotente, el Omnisciente, el Abismo
Infinito que no se llena jamás. No podéis, por lo tanto, evitar su
mirada sobre vosotros.
·
Si
Dios nos quita todo lo que nos ha dado, quedamos sólo con nuestros
harapos.
·
No
dejo de recordar siempre que Dios todo lo ve y al final juzga
·
Es
cierto que nunca sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos... También
es cierto que nunca sabremos lo que nos hemos perdido hasta que Él
llega.
2.
Jesús
·
El corazón de Jesús sea
el centro de todas tus inspiraciones.
·
No, no temáis. Camináis
por el mar entre los vientos y las olas, pero acordaos de que estáis
con Jesús. ¿Quién puede temer? Pero si el temor os sorprende, gritad
fuerte: «¡Señor, sálvame!»
Él extenderá su mano: agarradla fuertemente, y caminad con alegría.
·
Jesús, te quiero muchísimo;
es inútil que te lo repita, te quiero mucho.
·
Sé constantemente risueño
en la abnegación y la inmolación, y Jesús te sonreirá siempre más
·
Pensemos en el amor que
Jesús nos tiene y en su interés por nuestro bienestar, y estemos
tranquilos, no dudando que Él, con cuidado paternal, nos asistirá
siempre contra todos nuestros enemigos.
·
No te pido otra cosa que
tu Corazón para reposar. No deseo sino participar en tu Santa Agonía.
¡Ojalá pudiera mi alma emborracharse con tu sangre y sustentarse con
el pan de tu dolor
·
Jesús derramó y sigue
derramando todos los días lágrimas de sangre por la ingratitud humana.
·
Mi vida es Cristo: vivo
para Jesús, para su gloria, para servirlo, para quererlo.
·
Mi corazón es tuyo, Oh
Jesús mío: toma, pues, mi corazón, llénalo de tu amor, y después mándame
lo que quieras.
·
Jesús, mi suspiro y mi
vida, mientras hoy te elevo en un misterio de amor, te pido poder ser,
para ti, un sacerdote santo y una víctima perfecta.
·
«¡Cuántas veces ¾me dijo Jesús hace poco¾ me habrías abandonado, hijo mío, si no te hubiera crucificado».
·
Las almas no se nos dan
como regalo: se compran. ¿Ignoráis lo que le costaron a Jesús? Pues
bien, siempre es preciso pagar con esa misma moneda.
·
Te recomiendo insistir
para hacer progresar el amor y la preocupación hacia aquel acto supremo
del infinito amor que prodigó Jesús dándose a Sí mismo, todo entero
y sin límites, a las almas.
·
Jesús está siempre
contigo, incluso cuando te parezca que no lo sientes. Y nunca está más
cerca de ti que en las luchas espirituales. Siempre está allí, cerca
de ti, animándote a librar con valentía la batalla; está allí para
parar los golpes del enemigo, a fin de que no te alcancen.
·
¡Que se sienta esta
gratitud hacia Jesús Eucaristía y que se ponga en práctica! ¡El
Tabernáculo es la fuente de la vida! ¡Es sostén, paz, ayuda y
consuelo de las almas fatigadas!
·
Se ha enamorado Él tanto
de mi corazón, que me hace arder todo en su fuego divino, en su fuego
de amor. ¿Qué es este fuego que me consume todo? Si Jesús nos hace
estar así de felices en la tierra… ¿Cómo será en el cielo?
·
¡Qué bueno es Jesús
conmigo! ¡Qué preciosos momentos son éstos: es una felicidad que no sé
a qué compararla; es una felicidad que Dios me da a gustar casi sólo
en las aflicciones. Entre muchos sufrimientos soy feliz, porque me
parece sentir mi corazón palpitar con el de Jesús.
·
Jesús sea el consuelo,
la fortaleza y la recompensa en el tiempo y por toda la eternidad
bienaventurada, no sólo para mí, sino también para todas aquellas
almas a quienes yo quiero con ternura paternal
·
En todo pobre está Jesús agonizante; en todo enfermo está Jesús
sufriente; en todo enfermo pobre está Jesús dos veces presente.
·
Me pregunto cómo es
posible que haya almas que no sientan quemar en su pecho el fuego
divino, especialmente cuando se encuentran delante de Él en el Santísimo
Sacramento.
·
Del Tabernáculo se sacan
todos los tesoros: el alma se santifica y vive transformada en Dios. Si
no se experimenta hambre y sed de Dios Vivo, se vive una vida vacía,
oscura, que no hace ningún progreso.
·
Tengo tanta confianza en Jesús que, si viera el infierno abierto
delante de mí, no desesperaría, confiaría en Él.
·
Mi corazón está rebosante de alegría y se siente cada vez más
fuerte al encontrar cualquier aflicción, en caso de que se trate de
obedecer a Jesús.
·
Lo
importante es caminar con sencillez ante el Señor. No pidas cuenta a
Dios, ni le digas jamás “¿por qué?”, aunque te haga pasar por el
desierto Una sola cosa es necesaria: estar cerca de Jesús. Si nos cita
en la noche, no rehusemos las tinieblas.
·
¡Oh, si las almas
conociesen bien y apreciasen el gran don de Dios que se quedó viviente
en la tierra, cómo vivirían la vida de otro modo!
·
El
amor no se esconde sino para fomentar el amor. Jesús no pide
imposibles. Dile: «¿Quieres que
te ame más? Dame más amor y te ofreceré más amor.»
·
¿Puede
alguien sentirse infeliz, si Jesús se le ha dado en herencia?
·
Lo que más me hiere es el pensamiento de Jesús sacramentado. El
corazón se siente como atraído por una fuerza superior. Tengo tal
hambre y sed antes de recibirlo, que poco me falta para morir de
preocupación.
·
En la vida espiritual,
cuanto más se corre menos se nota el cansancio. Más aún, la paz,
preludio del gozo eterno, nos inundará, seremos verdaderamente dichosos
y fuertes a medida que, esforzándonos constantemente, dejemos vivir a
Cristo en nosotros, despojándonos de nosotros mismos.
·
Camina siempre bajo la
mirada del Buen Pastor, y evitarás pastizales envenenados.
·
Sed constantes,
permaneced en la nave en que os ha embarcado y, aunque vengan
tempestades, Jesús está con vosotros, y no pereceréis.
·
Hijos míos, Jesús sea
siempre el centro de nuestras aspiraciones, nos consuele en las
tristezas, nos sostenga con su gracia, ilumine nuestra mente e inflame
nuestro corazón de amor divino: Esta es, en síntesis, mi asidua
plegaria por vosotros y por mí ante Jesús. Él, con su infinita
bondad, se digne escucharla y atenderla.
·
Si
nos sobreviene alguna languidez de espíritu, corramos a los pies de Jesús
en el Sacramento y pongámonos entre los celestes perfumes y seremos,
indudablemente, revigorizados.
·
Respecto
a dudar de si en vosotros está el divino amor, os suplico que no os
preocupéis, porque Jesús está con vosotros y, donde Él está, no
puede no encontrarse el reino de su amor. Para convenceros baste vuestro
continuo aspirar a Él. ¿Es posible que Jesús esté lejos, mientras le
llamáis, le rezáis y le buscáis? ¿Cómo es posible que el amor
divino no esté en vosotros, mientras, como el ciervo sediento, corréis
a la fuente eterna de agua viva? Desechad, por lo tanto, toda duda.
Calmad vuestras ansias.
·
Repítele continuamente
también tú al dulcísimo Jesús: quiero vivir muriendo, para que de la
muerte surja la vida que ya no muere, y la vida resucite a los muertos.
·
Besa con afecto y
frecuentemente a Jesús, así repararás el sacrílego beso de Judas, el
apóstol traidor.
·
Confieso
que para mí es una gran desgracia no saber expresar y explicar este
volcán eternamente encendido que me quema, y que Jesús hizo nacer en
este corazón tan pequeño.
·
Sé que nadie puede amar
dignamente a Dios, pero cuando alguien se esfuerza al máximo y confía
en la Divina Misericordia, ¿por qué va a rechazarlo el Señor? ¿No
nos ha mandado Él amar a Dios como mejor podamos? Si le habéis
entregado y consagrado todo a Dios, ¿por qué temer? ¿Tal vez por no
poder amarle más? ¡Jesús no pide cosas imposibles! Por otra parte,
decidle al Buen Dios que supla Él lo que os falta, y sin duda le
complaceréis.
·
Las almas que aman a Jesús
deben tratar de asemejarse a su eterno y divino modelo. Jesús llegó a
sentirse solo. En su humanidad quiso experimentar la incomprensible pena
de sentirse abandonado hasta de Su Padre Celestial.
·
No temáis, Jesús es más
poderoso que el infierno. Al solo recuerdo de su nombre, todos, en el
cielo y la tierra, caen de rodillas ante Jesús, consuelo de los buenos
y terror de los impíos.
·
Caminad entre vientos y
mareas, pero con Jesús.
·
Sed constantes en
vuestros propósitos, permaneced en la nave en que os ha embarcado y,
aunque vengan tempestades, Jesús está con vosotros, y no pereceréis.
Él dormirá, pero en el momento de peligro se despertará y os calmará.
·
Es para conmoverse de
agradecimiento el sublime misterio que atrae al Corazón de Jesús hacia
su criatura. Se ha dignado encarnarse, vivir con nosotros nuestra mísera
vida. Esforcémonos en considerar dignamente su tenaz entusiasmo y la
dureza de su apostolado, en recordar lo horroroso de su Pasión, de su
Martirio, en adorar su Sangre, realmente ofrecida, hasta la última
gota, para redimir el género humano.
·
Para revestirse de Jesús,
es necesario despojarse de uno mismo.
·
Pon dulcemente tu corazón
en las llagas de nuestro Señor.
·
Jesús conforta siempre
al que confía y espera en Él.
·
Jesús y tú, de mutuo
acuerdo, tenéis que cultivar la viña: tú debes quitar y transportar
las piedras, y arrancar las espinas; Jesús sembrará, plantará,
cultivará, regará… También en tu trabajo colabora Jesús. Sin Él
nada podrías hacer.
·
¿Os acongojáis si Jesús,
para conduciros a la patria celestial, os hace caminar a campo traviesa
o por desiertos, cuando por unos y otros conseguiréis igualmente la
felicidad eterna?
·
Tended siempre a Dios.
Soy, en Él, más vuestro de lo que podéis creer. El dulce Jesús
descanse siempre en vuestro corazón y os permita descansar también a
sus pies. Jesús sea vuestra fuerza.
·
¡Se debe ir a Jesús con
verdadera fe, y no por rutina, como para olvidarlo cuanto antes! ¡Vivid
de la fe, de aquella fe viva que eleva las almas a las cosas sublimes,
en vez de sumergirse demasiado en la tierra!
·
Si las almas no se
acercan con frecuencia al fuego eucarístico, permanecen frías, sin
aliento, tibias, sin méritos. Y ¿qué consuelo puede recibir Jesús de
esas almas que no tienen la fuerza de volar sobre todo lo creado?
·
Si Jesús se manifiesta a
vosotros, dadle gracias; si
se oculta a vuestra vista, dadle también las gracias. Todo esto compone
el yugo del amor.
3.
María
·
María sufrió atrozmente
ante su Hijo Crucificado; sin embargo, no puedes decir que Ella se
hallase abandonada. Más aún, jamás había amado tanto a su Hijo como
entonces, que ni siquiera podía llorar.
·
Te recomiendo ocuparte
actualmente de cómo poder honrar siempre más a la gran Madre de Dios y
Madre nuestra.
·
Oye,
Madre, yo te quiero más que a todas las criaturas de la tierra y del
cielo... después de Jesús, claro. Te quiero tanto… Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra
muerte… Sí, eres hermosa, Madre mía… Si no hubiera fe los hombres
te llamarían diosa. Tus ojos resplandecen más que el sol. Eres
hermosa, Madre: ¡te quiero!
·
Sólo
siento no poseer medios suficientes para mostrarme agradecido a nuestra
hermosa Virgen María, por cuya intercesión no dudo en absoluto haber
recibido mucha fuerza de parte del Señor para soportar con verdadera
resignación tantos padecimientos a los que me he visto sometido día
tras día.
·
Nuestro
común enemigo sigue haciéndome la guerra y hasta la fecha no ha dado
ninguna señal de querer retirarse y darse por vencido. Me quiere perder
a toda costa, pero me siento muy obligado a nuestra Madre María al
rechazar estas insidias del enemigo.
·
Cuando
me encuentro en su presencia y en la de Jesús… me siento arder sin
fuego. Me siento unido, atado al Hijo por medio de esta Madre, sin ver
las cadenas que me tienen aprisionado. Me consumen mil llamas. Seguro de
esta protección maternal, confío ciegamente en la victoria:
·
El
enemigo es muy fuerte… pero loado sea Dios, que ha puesto la fuente de
mi salud, el éxito de la victoria, en manos de nuestra Madre celestial.
Protegido y guiado por tan tierna Madre, seguiré combatiendo hasta que
Dios quiera, seguro y lleno de confianza en que, con esta Madre, jamás
sucumbiré.
·
¡Cuántas veces le he confiado, a esta Madre, las penosas
ansiedades de mi corazón agitado! ¡Y cuántas veces me ha
consolado!... En las mayores aflicciones me parece tener una madre muy
piadosa en el cielo.
·
Querría tener una voz fuerte para invitar a los pecadores de todo
el mundo a querer a la Madonna.
·
En
el cielo estoy en constante coloquio con Dios para salvar las almas,
pero especialmente recurro a la Reina del Cielo y de la tierra, María.
Junto a ella desempeño mi misión.
·
¡Implorad la protección
de mi Madre y tened confianza en Mí!... Mi Madre os ha dicho que ella
es la Mediadora de todas las gracias.
·
Seamos
inmensamente gratos a la Virgen: ¡Ella nos dio a Jesús!
·
Te dejo, oh
hermano, este legado: el
Crucifijo, la Eucaristía, el Corazón Inmaculado de María y las almas
que hay que salvar.
·
No os entreguéis
de tal manera a la actividad de Marta que lleguéis a olvidar el
silencio y la entrega da María. La Virgen, que tan bien encarna a una y
a otra, os sirva de suave modelo y os inspire.
·
¡Que la Virgen, clemente
y piadosa, continúe obteniéndoos de la inefable bondad del Señor
fuerza para afrontar hasta el final las pruebas de amor que os
sobrevengan!
·
¡Amen a la Virgen y háganla amar! ¡Reciten siempre el Rosario!
·
Si estuvieses en el cielo
y vieras todo lo impuro que hay en el corazón del hombre, y cómo el
hombre quisiera desbaratar los planes de Dios manifestados en la Redención
humana por medio de María Inmaculada, desearías precipitarte, si te
fuese posible, sobre la tierra, para manifestar al mundo la verdad
infalible del Verbo Encarnado en el seno purísimo de la Virgen María,
por obra y virtud del Espíritu Santo.
4. La cruz
·
La vida es un calvario.
Conviene subirlo alegremente.
·
Que siempre seamos amigos
de la cruz, que nunca huyamos de Ella, porque quien huye de la cruz huye
de Jesús, y quien huye de Jesús nunca encontrará la felicidad.
·
Ten sobre tu corazón a
Jesucristo crucificado, y todas las cruces de este mundo te parecerán
rosas.
·
¿No es acaso la Cruz la
prueba infalible del gran amor de Dios a un alma?
·
Sí, consolémonos al
vernos cada vez más oprimidos por las aflicciones: demos gracias a la
divina piedad que nos hace partícipes de la pasión y muerte de nuestro
Divino Maestro y, hasta que no se pueda decir de nosotros «este
cristiano es otro Cristo», no nos detengamos hasta subir el
Calvario.
·
Es una gracia de Dios el tener la sabiduría de la cruz. Y, cuando
tengamos la sabiduría de la cruz, tendremos esa otra gran cosa que sólo
la cruz da: la alegría de la cruz.
·
Me encuentro levantado no
sé cómo en el ara de la Cruz desde el día de la fiesta de los santos
Apóstoles, sin jamás descender ni por un instante. Anteriormente era
interrumpido el suplicio algún instante, pero, desde aquel día hasta
aquí, el sufrimiento es continuo, sin interrupción alguna. Y este
penar va siempre en aumento. ¡Fiat!
·
Si Dios nos somete a una
cruz muy pesada, y nos da la fuerza necesaria para soportarla con mérito,
son signos inequívocos y únicos de su amor por nosotros. Esa cruz muy
pesada a veces pueden ser problemas de salud, problemas familiares…
también pueden ser incomprensiones, tentaciones, o tribulaciones de
distinto tipo... Nosotros debemos pedir esas cruces. Pensemos esto: son
signos inequívocos y únicos de su amor por nosotros.
·
Sigamos al Divino Maestro
a lo largo de la cuesta del calvario cargando con nuestra cruz, y,
cuando él crea conveniente clavarnos en la cruz, démosle gracias, y
considerémonos afortunados por tanto honor que nos ha sido concedido,
sabiendo que el estar crucificado con Jesús es un acto mucho más
perfecto que el simple contemplar a Jesús en la cruz. Por eso, no hay
que asustarse por la cruz. Hay almas que no avanzan en la vida
espiritual por miedo a la cruz. Más aún, hay almas que retroceden,
incluso hay almas que abandonan a Cristo porque le tienen miedo a la
cruz.
·
Que la cruz no te asuste.
La más grande prueba de amor consiste en padecer por el amado; y si
Dios, por tanto amor, sufrió tanto dolor, el dolor que se sufre por Él
se vuelve amable en cuanto al amor.
·
Jesús nunca está sin la
cruz, pero la cruz no lo está nunca sin Jesús.
·
El madero no os aplastará:
si alguna vez vaciláis bajo su peso, su poder os volverá a enderezar.
·
Yo amo la cruz, la cruz
sola.
·
¡Qué dulce es, Padre,
el nombre de la cruz! Aquí, a los pies de la cruz de Jesús, las almas
se revisten de luz, se inflaman de amor; aquí toman las alas para
elevarse a los vuelos más excelsos. También sea siempre cruz para
nosotros la cama de nuestro descanso, la escuela de perfección, la
amada herencia nuestra. A tal fin, cuidemos de no separar la cruz del
amor a Jesús; de otro modo, sería un peso insoportable a nuestra
debilidad.
·
La Virgen de los Dolores
nos consiga de su santo Hijo la gracia de hacernos penetrar cada vez más
en el misterio de la cruz y asociarnos con ella a los padecimientos de
Jesús.
·
La más cierta prueba del
amor consiste en padecer por lo querido y, después de que el Hijo de
Dios padeció por puro amor tanto dolores, no queda ninguna duda que la
cruz, llevada para Él, se hace amable por el amor.
·
Apelad a Dios cuando
vuestra cruz os martiriza. Así imitareis a su hijo que, en Getsemaní,
imploro algún alivio. Pero como Él, estad dispuesto a decir: ¡Fíat!
·
Perseverad hasta la
muerte, hasta la muerte con Cristo en la Cruz.
·
El Calvario es el monte de los santos, pero de allí se pasa a otro
monte, que se llama Tabor.
·
Gólgota: una cima cuya
ascensión nos reserva una visión beatifica de nuestro amado Salvador.
·
Casi
todos vienen a mí para que les alivie la Cruz: son muy pocos los que se
me acercan para que les enseñe a llevarla.
·
No
temas las adversidades, ya que ponen el alma al pie de la cruz, y la
cruz nos pone en las puertas del cielo, donde se hallará Él, que
triunfa sobre la muerte y te introducirá en el gozo eterno.
·
Para crecer, necesitamos del pan básico: la cruz, la humillación,
las pruebas y las negaciones.
·
Andas excesivamente
preocupado en la búsqueda del Sumo Bien: verdaderamente lo tienes
dentro de ti, y te tiene extendido en la desnuda Cruz, alentándote para
que puedas resistir el inaguantable martirio e, incluso, para que ames
amargamente el dolor.
·
No te aplaste la Cruz: si
su peso te hace tambalear, su potencia te sostiene. El peso te parece
intolerable, pero lo sobrellevas porque el Señor, por amor y
misericordia, te ayuda con su fuerza.
·
Subamos al Calvario con
la Cruz a cuestas. No dudemos. Nuestra ascensión terminará con la visión
celeste del dulcísimo Salvador.
·
Mi deseo es que lleguéis
a expirar en la Cruz con Jesús, y con Él podáis dulcemente exclamar:
«¡Consummatum est!» (Todo
está cumplido)
·
La Cruz es la bandera de
los elegidos. No nos separemos de ella y cantaremos victoria en toda
batalla.
·
Apóyate, como la Virgen,
en la Cruz de Cristo, y hallarás alivio.
·
En la vida, cada uno
tiene su cruz. Tenemos que conseguir ser el buen ladrón, no el malo.
·
Para llegar a nuestro último
fin es preciso seguir al jefe divino, el cual no quiere llevar al alma
por ninguna otra senda que no sea la que él recorrió, es decir, la de
la abnegación y la cruz.
·
Sí, amad la cuna del Niño,
pero amad el Calvario del Dios crucificado entre tinieblas. Apretujaos a
Él, estad seguros de que Jesús se halla en vuestros corazones más de
cuanto pensáis e imagináis. A esto os exhorto.
·
Cuando notéis que
aumenta el peso de la Cruz, insistid en la oración, para que Dios os
consuele. Si os comportáis de esa manera no obráis en absoluto contra
la voluntad de Dios, sino que acompañáis, para obtener alivio, a su
mismo Hijo, que también oró a su Padre en el Huerto.
·
Vivimos en un valle de lágrimas
donde cada uno lleva su Cruz. No encontraremos la felicidad aquí en la
tierra.
·
Esta vida es breve,
mientras que las recompensas que nos esperan en el ejercicio de la cruz
son eternas.
·
Mi Purgatorio lo hice en
vida sobre la tierra, signado con las llagas de Jesús Crucificado y con
el alma continuamente en penosa congoja, semejante a la que padeció Jesús
en la Cruz en su dolorosa agonía. He podido vivir tanto, gracias a la
asistencia que me proporcionaba el Señor.
5. Sufrimiento
·
No es faltar a la
paciencia el implorar a Jesús el fin de nuestros sufrimientos cuando
exceden nuestras fuerzas: siempre nos quedara el mérito de haber
ofrecido nuestros dolores.
·
Quien comienza a amar
debe estar dispuesto a sufrir.
·
El Señor me hace ver,
como en un espejo, que toda mi vida futura no será más que un
martirio.
·
El más hermoso acto de
fe brota de nuestros labios en la oscuridad, en la inmolación, en el
sufrimiento, en el esfuerzo inflexible
hacia el bien; él rompe como un rayo las tinieblas de tu alma y
te lleva a través de la tempestad hasta el Corazón de Dios.
·
En tus dolores está Jesús,
precisamente en el centro de tu corazón. El que ama sufre. El amor no
satisfecho del todo es un tormento, aunque un tormento dulcísimo.
·
El sufrimiento, ¿no es
acaso signo cierto de que Dios te ama?
·
Padezco, pero no me
quejo, porque ésa es la voluntad de Dios.
·
Nada deseo, excepto amar
y sufrir.
·
Os consuele saber que las
alegrías de la eternidad serán tanto más profundas y más íntimas,
cuantos más días de humillación y años infelices contemos en nuestra
vida presente.
·
La noche se va haciendo cada vez más profunda; la tempestad, cada
vez más áspera; la lucha, cada vez más apremiante, y todo amenaza una
inundación de la pobre nave de mi espíritu. Ningún consuelo baja a mi
alma. Sólo veo con claridad mi nulidad, de una parte; y de la otra la
bondad y el tamaño de Dios. Veo a Dios en mí mismo y, lejos de
satisfacer mi afán, mayor deseo siento.
·
Beso la mano del que me castiga, sabiendo como sé que, cuando me
acongoja, me consuela. Sufro, pero no me quejo, porque sé que así lo
quiere Jesús.
·
Estoy contento, más que
nunca, de sufrir, y, si no escuchara sino la voz del corazón, le
preguntaría a Jesús que me diera todas las tristezas de los hombres;
pero no lo hago, porque temo de ser demasiado egoísta, deseando
para mí la parte mejor: el dolor. En el dolor nos parecemos más a Jesús:
es Él quien mira, es Él el que viene a limosnear penas y lágrimas...
Él necesita de esto para salvar almas.
·
Entre muchos sufrimientos
soy feliz, porque me parece sentir mi corazón palpitar con el de Jesús.
·
¡Oh, peregrino! ¡Te he
comprado con el precio de mi sangre!
·
Las tentaciones emanan de
lo innoble y de las tinieblas; los sufrimientos, del seno de Dios: las
madres vienen de Babilonia, las hijas de Jerusalén. Despreciad las
tentaciones, y recibid las vicisitudes con los brazos abiertos.
·
Mis sufrimientos
interiores crecen y crecen cada vez más sin el menor descanso. Así lo
quiere el Señor, porque así desea ser amado de sus criaturas.
·
Las almas más afligidas
son las predilectas del divino Corazón.
·
Caminad con sencillez por
los caminos del Señor: no torturéis vuestras almas.
·
Estás en una zarza
ardiendo. La llama se agita, el cielo está lleno de nubarrones, el espíritu
no ve ni entiende nada: mas Dios habla, presente al alma que escucha,
atiende, ama y se estremece.
·
Los mártires no sólo
sufrieron, sino que murieron en el dolor y no encontraron a Dios más
que en la muerte.
·
Valga para infundiros
aliento y consolaros el saber que no estáis solos en el sufrimiento,
que todos los discípulos del Nazareno esparcidos por el mundo sufren lo
mismo, están también expuestos a las mismas tribulaciones.
·
No creáis que vuestros
sufrimientos son afligidos en reparación de culpas cometidas: el Señor
sólo os aflige para adornar la diadema de las perlas concedidas.
·
«Sufrir y no morir» era el leit-motiv
de Santa Teresa. El Purgatorio es un lugar de delicias, cuando se lo
soporta voluntariamente.
·
La causa y el principio
de tus sufrimientos es Jesús, que tú has escogido como tu porción; es
la salvación de las almas por las cuales tú eres implícitamente
inmolada a la justicia de Dios. Debes persuadirte que es así porque sólo
Dios puede dar a las almas estos dolores humanamente inexplicables, y
sostener al mismo tiempo a las mismas almas afligidas clavadas a la cruz
de su Hijo.
·
Debes
humillarte ante Dios y no deprimirte si Él te reserva los sufrimientos
de su Hijo y quiere hacerte experimentar tu debilidad. Cuando por
fragilidad te caes, tienes que elevar hacia Él la oración de la
resignación y de la esperanza, y agradecerle los beneficios con los que
te enriquece día a día.
·
El
corazón bueno es siempre fuerte: sufre, pero disimula sus lágrimas y
se consuela sacrificándose por el prójimo y por Dios.
·
El
más sublime acto de fe es el que sube a nuestros labios en la noche, en
la inmolación, en el dolor, en el esfuerzo inflexible hacia el bien.
·
Muchos
sufren, pero pocos saben sufrir bien. El sufrimiento es un don de Dios.
Bendito quien sabe sufrir, bendito quien sabe sacarle provecho al
sufrimiento.
·
Un día, cuando podamos
ver la luz del pleno mediodía, entonces conoceremos qué valor, qué
tesoros han sido los sufrimientos terrenos, que nos habrán hecho ganar
méritos para la patria que no tendrá fin. De las almas generosas y
enamoradas de Dios él espera los heroísmos y la fidelidad en ellos
para llegar, después de la subida al Calvario, al Tabor.
·
Sufres, es verdad, pero
hazlo resignadamente y no temas, pues Dios está contigo. Tú no lo
ofendes, lo amas. Sufres, pero convéncete que también Jesús sufre
contigo y por ti.
·
Cuando Jesús quiere
darme a conocer que me ama, me hace gustar las llagas, las espinas y las
angustias de su pasión... Cuando quiere hacerme gozar, me colma el
corazón de aquel espíritu que es puro fuego, me habla de sus
delicias... Jesús, varón de dolores, quisiera que todos los cristianos
lo imitaran... Mi pobre sufrir no vale nada, pero a pesar de ello le
agrada a Jesús, porque en la tierra lo amó mucho.
·
Si me fuera posible,
hubiera preferido quedarme en la tierra para sufrir hasta el fin del
mundo con el fin de reparar por la gran Majestad de Dios, tan ultrajada,
y para poder salvar todavía más almas.
·
Bendita
sea la caridad del Señor, que sabe mezclar lo dulce con lo amargo, y
transformar en premio eterno las transitorias penas de la vida terrenal.
·
Si Dios te reserva los
sufrimientos de Su hijo y quiere hacerte experimentar tu debilidad, humíllate
ante Él y no te desanimes. Dirígete a Él, incluso cuando caigas por
debilidad, con plegarias de resignación y de esperanza. Agradécele los
beneficios con que te enriquece.
·
Es necesario que os
familiaricéis con los sufrimientos que Jesús os envíe; debéis vivir
siempre con ellos Comportándoos de esta manera, cuando menos lo esperéis,
Jesús, que sufre cuando os ve largo tiempo afligidos, os reconfortará
e infundirá nuevo valor en vuestro espíritu.
·
¡Dios mío, Dios mío,
perdóname! No te he ofrecido jamás nada y ahora, a poco que sufro, por
la nimiedad de mis sufrimientos comparados con los tuyos, me quejo
injustamente.
·
Dulce es el Purgatorio,
pues en él se sufre por amor a Dios.
·
Quien
empiece a amar a Dios, debe estar dispuesto a sufrir.
·
Ateneos a lo que Él os
dice: No hay que creer, doblegando nuestro espíritu. También los
mártires creían sufriendo. El Credo más hermoso es el que florece en
vuestros labios en los momentos más negros, más sacrificados, más
dolorosos.
·
Todas las almas que aman
a Jesús deben ir pareciéndose cada vez más al divino y eterno modelo.
Por tanto, quien haya elegido tan óptimo modelo, debe sufrir, más o
menos, todos los dolores de Cristo.
·
Incluso el destierro es
bonito, anhelando el Paraíso.
·
Que
mi alma se eleve en los momentos de dolor, sabiendo que, si no hubiera
sombra, nunca podría resplandecer el sol.
·
Hace falta mucha oración,
un poco de penitencia, mayor unión con Jesús Eucaristía, mayor
dedicación al desagravio. Se necesitan víctimas de reparación, almas
Hostias, almas puras. El sufrimiento de las almas puras penetra en los
Cielos.
·
La vida del cristiano no
es más que una lucha continua contra sí mismo. No se consigue la
felicidad sino por medio del dolor.
·
La tribulación es señal
clarísima de que el alma está unida a Dios: «Con
Él estoy en la tribulación».
·
El destino de las almas
elegidas es el sufrimiento, condición a la que Dios, autor de todo y de
todos los dones que conducen a la salvación, ha fijado para darnos la
gloria.
6.
Pruebas
·
Ofreced
vuestras pruebas, vuestras tentaciones, las vejaciones que os
atormentan, todo, por la salvación de los pobres pecadores y de los
sacerdotes infieles que se dejan llevar por el error. Ellos siempre son
muy queridos de mi Corazón.
·
En
medio de las tribulaciones que pueden afligiros, poned toda solicitud en
nuestro Bien, sabiendo que Él cuida de nosotros más que una madre de
sus hijos.
·
Se hace día y el alma se
recrea al sol; se hace noche y vienen las tinieblas. Se pierde la
memoria. El Señor, para lograr un oscurecimiento total, nos hace
olvidar hasta las consolaciones recibidas. ¡Calma! Y convéncete de que
estas tinieblas y tentaciones no son un castigo por tu iniquidad: no
eres ni un impío ni un obstinado malicioso, sino uno entre los
elegidos, probado como el oro al fuego.
·
Por los golpes reiterados
de su martillo, el Artista divino talla las piedras que servirán para
construir el Edificio Eterno. Esos golpes de cincel son las sombras, los
miedos, las tentaciones, las penas, los temores espirituales y también
las enfermedades corporales. Dad, pues, gracias al Padre celestial por
todo lo que impone a vuestra alma. Abandonaos al Él totalmente. Os
trata como trató a Jesús en el Calvario.
·
«Con repetidos golpes de
saludable cincel y con diligente limpieza suelo preparar las piedras que
tendrán que entrar en la composición del edificio eterno». Estas
palabras va repitiéndome Jesús cada vez que
me regala nuevas cruces. Ahora me parece que las palabras de
nuestro Dios, que me parecieron muy oscuras, van haciendo luz en mi
mente.
·
Cuando un constructor quiere levantar una casa, debe ante todo
limpiar y nivelar el terreno; el Padre celestial procede de igual manera
con el alma elegida que, desde toda la eternidad, ha sido concebida para
el fin que El se propone; por eso tiene que emplear el martillo y el
cincel.
·
Anímate también tú con
este pensamiento: tus penas, espirituales y físicas, son pruebas que te
envía el Señor.
·
Cuanto mayores son las
penas, es tanto mayor el amor que Dios os tiene; conocéis el amor de
Dios por este signo: por las penas que os manda.
·
¡Ánimo! No esperéis
llegar al Tabor para Contemplar a Dios. Ya lo veis y contempláis en el
Sinaí.
·
Cuanto más dura sea la
prueba que Dios envía a sus elegidos, tanto más abundantemente los
conforta durante la opresión y los exalta después de la lucha.
·
Desechad toda preocupación
excesiva que provenga de las penas con que Dios quiere probaros. Si esto
no os fuese posible, alejad la idea y vivid sometidos en todo al querer
divino.
·
Acomodaos a las pruebas
que Él quiera enviaros, como si debieran ser vuestras compañeras para
toda la vida: cuando menos lo esperéis, quizás queden resueltas.
·
Las
pruebas a las que Dios os somete y os someterá, todas son signos del
amor Divino y perlas para el alma.
·
Ten
por cierto que si a Dios un alma le es grata, más la pondrá a prueba.
Por tanto, ¡coraje! Y adelante siempre.
·
Acaricia y besa
dulcemente la mano de Dios que te castiga: es siempre la mano de un
Padre que te pega porque te quiere.
·
Para consolar al
afligido, no hay nada como recordarle el bien que todavía puede
realizar.
·
Pido continua y
ardientemente al cielo mil bendiciones para ti y para nuestros hermanos,
y, sobre todo, para que seas humilde y manso de corazón, y para que
aproveches de las pruebas a que piadosamente te somete el Señor, recibiéndolas
amorosamente por amor a quien por el nuestro toleró tantísimas.
·
Cuando os sobrevenga
alguna prueba, física o moral, el mejor remedio es pensar en Aquél que
es nuestra vida. Jamás pensar en la prueba sin pensar contemporáneamente
en el Otro.
·
El grano de trigo
no da fruto si no sufre, descomponiéndose: así las almas necesitan la
prueba del dolor para quedar purificadas.
·
El Señor, por su piedad,
añade a otras pruebas la de los miedos y temores espirituales, hechos
de desolación y tinieblas, pero dichas tinieblas son luz en el cielo de
nuestras almas.
·
Las pruebas que os envía
y os enviará el Señor son signos palpables del aprecio divino y joyas
del alma. Pasará, hijos míos, el invierno y llegará una interminable
primavera cuyas bellezas superarán en mucho las duras tempestades.
7. Tentaciones
·
Si logras vencer la
tentación, es como si lavaras tu ropa sucia.
·
No, hijo mío, deja que
el viento sople, y no creas que el ruido de las hojas es el tronar de
las armas.
·
Si teméis por el
arreciar de la tempestad, gritad con S. Pedro: «¡Señor,
sálvame!» Os dará su mano: acogeos a ella con fuerza y caminad
alegremente.
·
Alguien preguntó un día al Padre: “¿Cómo podemos distinguir
la tentación del pecado?” Sonrió el Padre, y contestó con otra
pregunta: “¿Cómo distinguir a un asno de un ser razonable?” ”En
que el asno se deja guiar, mientras que el ser razonable tiene las
riendas” “Muy bien”, asintió el Capuchino. “Pero, entonces ¾insistió el otro ¾,
¿por qué la tentación, una vez pasada, deja una sensación de
sufrimiento?” A lo que el Padre contestó: “Usted ha sentido alguna
vez los efectos de un temblor de tierra, ¿no es así? Pasado el
temblor, todo queda trastornado, y usted también
·
Las
tentaciones contra la fe y la pureza son cosas puestas por Satanás: no
le temas, desprécialo. Mientras él aúlle no se apoderó de tu
voluntad.
·
Las tentaciones, los
desalientos, las inquietudes, son mercancía del enemigo.
·
Tus tentaciones provienen
del demonio, del infierno; tus penas y aflicciones, de Dios, del Paraíso.
·
Desdeña las tentaciones
y abraza las tribulaciones.
·
Aborreced las tentaciones
y no os entretengáis en ellas.
·
Si llegáramos a saber
los méritos que obtenemos por las tentaciones sufridas con paciencia y
vencidas, casi exclamaríamos: ¡Señor, envíanos tentaciones!
·
Os suplico, hijos míos, por el amor de Dios: en vez de temer al Señor,
pues Él no desea haceros mal alguno, amadlo sobremanera, pues Él os
desea todo bien. Caminad con alegre seguridad y no consideréis vuestros
males como crueles tentaciones. ¿Qué más puedo yo hacer para frenar
vuestras angustias? Inútil es toda vuestra preocupación para sanarlas,
al contrario, las fomentáis más todavía. No os esforcéis en
vencerlas. Este esfuerzo las fortifica. Rechazadlas y no os entretengáis
en ellas.
·
Pensar que es imposible
amar sinceramente al Señor, después de haberlo ofendido, es una
insinuación del maligno.
·
El simple hecho de sufrir
la tentación de pensamientos impuros, no es pecado. Rechazándolos se
practica la virtud.
·
Es Dios mismo quien
advierte que la tentación es una prueba de que el alma se está uniendo
con Dios: «Hijo, si te aprestas a
servir a Dios, prepara tu alma para la tribulación».
·
Dios permite, para el
bien de su servidor, horribles tentaciones en contra de la fe, hasta el
punto en que el alma parece ya no creer.
8.
Pecado
·
El demonio no tiene más
que una puerta para entrar en nuestra alma: la voluntad. No existen
entradas secretas. Ningún pecado es pecado sin nuestro consentimiento.
Cuando falta la participación del libre albedrío, no hay pecado sino
debilidad humana
·
En
general la gente es más buena que mala. Todos creen estar haciendo un
bien con lo que hacen. Algunos se equivocan, pero no es maldad, es
error. Es cierto que a veces se ponen serios y hasta peligrosos, pero si
les llegas por el lado bueno, te devuelven lo bueno de ellos; si le
llegas por el lado malo, te devuelven lo malo.
·
Los castigos se los
procura el hombre con sus actos de rebelión contra el Dios Altísimo.
El hombre, abandonado a sí mismo por parte de Dios, se encamina hacia
el abismo de toda clase de perdición.
·
El miedo es peor que el
mal mismo.
·
Si obras bien, alaba y
dale gracias al Señor por ello; si te acaece obrar mal, humíllate,
sonrójate ante Dios de tu infidelidad, pero sin desanimarte: pide perdón,
haz propósito, vuelve al buen camino y tira derecho con mayor
vigilancia. Ya sé muy bien que no quieres obrar mal dándote cuenta, y
las faltas que cometes inadvertidamente sólo deben servirte para
adquirir humildad.
·
No ofendemos a Dios más
que cuando, conociendo la maldad de una acción, la realizamos con
deliberada y plena voluntad.
·
Es tiempo de gran
corrupción en el mundo, pero es también tiempo de gran Misericordia
por parte de Dios, que sigue esperando que sean utilizados sus méritos
infinitos.
·
Caminad con sencillez por
el sendero del Señor y no atormentéis vuestro espíritu.
·
Aprended a odiar vuestros
defectos, pero siempre con serenidad.
·
Si Dios permite que
tropieces con alguna debilidad, no es para abandonarte, es sólo para
reafirmar tu humildad y hacerte más atento para el futuro.
·
No hay culpa sino en lo
que el alma quiere, o bien, no habiéndolo querido, lo aprueba o no se
esfuerza por alejarlo de sí.
·
Acaba de una vez con
estas inútiles aprensiones. Acuérdate de que no es el sentimiento lo
que constituye la culpa, sino tu consentimiento. Sólo la voluntad libre
es capaz de bien o de mal. Cuando la voluntad gime bajo la opresión del
tentador, pero no se doblega a sus sugerencias, no sólo no hay culpa,
sino que hay virtud.
·
En el disco del gramófono
quedan impresas las ondas sonoras con cantos delicados o groseros y con
palabras santas o indecentes... Del mismo modo quedan escritos en el
libro de la vida los buenos pensamientos o los malos, las conversaciones
morales o las inmorales, las obras buenas o las perversas. ¡De ti
depende escribir sólo el bien!
·
Sabes que el alma vale más
que el cuerpo. ¿Por qué tanta solicitud por el mísero cuerpo y tanta
negligencia con el alma? ¡Aprende a ser más sabio!
·
Quien se apega a la
tierra, a ella permanece pegado. Debemos arrancarnos de ella por la
fuerza. Mejor es despegarse poco a poco que de un tirón. Anhelemos
constantemente el cielo.
·
Caminad sencillamente por
la senda del Señor, no os torturéis el espíritu. Debéis detestar
vuestros pecados, pero con una serena seguridad, no con una punzante
inquietud.
·
Un
pecador que le dijo: «¡Padre, he pecado tanto!»,
escuchó ésta contestación del Padre Pío:
«Hijo mío, le has costado
muy caro a Dios, para que te abandone».
·
Recuerda:
está más cerca de Dios el pecador que se avergüenza de sus malas
acciones, que el justo que se sonroja por hacer el bien.
·
No
son las personas las malas, sino los viejos sistemas que usan para
organizarse. La gente ha evolucionado, los sistemas han quedado
atrasados. Malos sistemas hacen sufrir a las personas, las van volviendo
infelices, y, al final, las llevan a cometer errores. Pero un buen
sistema de organización mundial es capaz de transformar a los malos en
buenos
·
Aunque hayas cometido
todos los pecados del mundo, Jesús te repite: se te perdonarán muchos
pecados, porque has amado mucho.
·
¡La esperanza en su
inagotable misericordia nos sostenga en la conjura de pasiones y
adversidades! Acerquémonos confiados al tribunal de la penitencia donde
Él, como Padre, nos espera siempre. Consciente de nuestra insolvencia,
no dudemos del perdón que solemnemente se nos otorga. Pongamos sobre
nuestros pecados una lápida, cono la ha puesto el Señor.
·
Con nuestras miserias,
nos encontramos con Él como deudores ante su acreedor. Con misericordia
infinita rasgó, rompió letras firmadas con nuestro pecado, que no hubiéramos
podido pagar jamás sin el socorro de su clemencia divina. Volver a
acusar aquellas faltas, quererlas recordar, para obtener de nuevo el
perdón, solamente por la duda de si las habrá perdonado real y
totalmente, ¿no es acaso dudar de la bondad divina, manifestada tan
plenamente por Cristo, rompiendo todo documento de nuestra deuda, contraída
pecando?
·
En el mundo sólo se
piensa en gozar, y se peca mucho. ¡Hay amenazas por parte de Dios que
se van a cumplir inexorablemente! Toda la Corte celestial adora a la
Omnipotencia Divina y le suplica que se aplaque. ¡Por eso mismo, rogad
todos y ofreced sacrificios!
·
Es la pérdida del tiempo
pasado inútilmente en el pecado, lo que gradualmente arrastra al
infierno. Este es el primer problema: evitar la pérdida del tiempo.
·
La charlatanería nunca
está limpia de pecado.
·
Si esto os conforta,
recordad las ofensas hechas a la justicia, a la sabiduría, a la
infinita misericordia de Dios, pero sólo para llorarlas con
arrepentimiento y amor. Después, con fe sencilla, con el mismo amor
ardiente con que Él cerca y persigue nuestras almas, humillemos a sus
pies nuestra frente impura.
·
Despertemos, pues la
dejadez lo destruye todo… realmente destruye todo.
·
Es menester distinguir
entre el temor de Dios y el miedo de Judas: el demasiado miedo nos hace
obrar sin amor; la demasiada confianza nos impide observar con
inteligente atención aquel peligro que debemos vencer. Ambos deben
ayudarse uno a otro como dos hermanos.
·
La casta Susana, invitada
a pecar, al pensamiento de «¡Dios
me ve!», pronunció su
“no” rotundo. Los tentadores, burlados, inventaron una calumnia y la
condenaron a muerte.
·
El amor propio es hijo de
la soberbia y más malicioso que su madre.
9.
Perdón
Perdonad
y os será perdonado, de otro modo la balanza se precipitará al suelo y
os encontraréis mal frente al Divino Juez.
·
Recuerda que Dios puede
rechazar todo lo que proviene de nuestro ser contaminado, pero no puede
rechazar (sin rechazarse a Sí mismo, lo que sería una monstruosidad)
el deseo sincero de quien quiere amarlo y abjura, por tanto, del mal.
·
Los grandes corazones
ignoran los agravios mezquinos.
·
La misericordia del Señor,
hijo mío, supera infinitamente tu malicia.
·
San Pedro, Apóstol del
Señor, de quien recibió la potestad sobre los doce Apóstoles, ¿no
negó a su Maestro?; ¿no se arrepintió y amó al Salvador y la Iglesia
lo venera como santo?
·
La divina solicitud no sólo
no rechaza a las almas arrepentidas, sino que sale en busca de la más
empedernida.
·
Un hombre pidió al Padre
Pío que curase a su madre, le mostró su retrato y le dijo: «Padre, si yo lo merezco, bendígala». «¿Ma che mérito?» ¾ respondió¾: «en este mundo, ninguno de nosotros merecemos nada. Es el Señor,
en su infinita bondad quien es tan amable como para colmarnos de sus
dones, porque todo lo perdona».
·
A un penitente que había
vivido en el vicio, y que le preguntaba si, cambiando de vida, alcanzaría
el perdón y moriría en la fe, le contestó: «Las
puertas del Paraíso están abiertas a toda criatura. Acuérdate de María
Magdalena».
·
Hay gozos paradisíacos
que se descubren siempre de nuevo, y uno queda siempre extasiado… Pero
no hay para todos la misma gloria: el alma que ha amado más, que ha
sufrido más y que se mantuvo en la verdadera pureza, esa alma es capaz
de saborear mucho mejor el misterio incomparable de la Celestial Jerusalén.
10.
Gracia
·
La vida no consiste en
placeres: es lucha contra las pasiones, contra Satanás y las máximas
perversas del mundo. Para vencer se necesita la gracia de Dios, que se
obtiene con la oración y los Sacramentos. Fruto de la vida cristiana es
la paz del corazón, la resignación en el dolor y la gloria en el Paraíso.
·
Toda gracia produce luz,
mejor dicho, es luz y, por consiguiente, cuanto más elevada es una
gracia, tanto más sublime es su luz, la cual tiende directamente a
transformar el alma en una sola cosa con Dios. Cuando esto sucede, la
luz que trae consigo es tan altísima que, penetrando el alma de modo
trabajoso y desolador, la coloca en extrema aflicción y angustia
interior de muerte. Y esto proviene de que esta gracia que produce luz
tan sublime encuentra al principio el alma indispuesta para la unión mística
y la penetra en forma purgativa y, por consiguiente, en lugar de
iluminarla la obscurece; en lugar de consolarla la hiere, llenándola de
grandes sufrimientos en el apetito sensitivo y de graves angustias y
sufrimientos espantosos en sus potencias espirituales. Y así, cuando
dicha luz, con estos medios, ha purgado el alma, la penetra entonces de
forma iluminativa y la hace ver y la lleva a la unión perfecta con
Dios.
·
¿Somos capaces de un
solo deseo santo sin la gracia? No, ciertamente. Nos lo enseña la fe.
·
Sin la lluvia que cae del
cielo, la tierra no produce más que cardos y espinas.
·
Dejad plena libertad a la
gracia que actúa en vosotros y tened cuidado para no turbaros jamás
por cualquier cosa adversa que pueda sobreveniros, conscientes de que
todo esto es un obstáculo al divino Espíritu.
·
Sé dócil a los impulsos
de la gracia, siguiendo sus inspiraciones.
·
Muertos
son los que viven alejados de Dios, sin vivir la verdadera vida, esto
es, la gracia divina.
·
En cierto modo, Jesús
debe servirse de algún alma para demostrar al mundo su existencia y su
omnipotencia. A muchas almas ha dado el Señor abundantes gracias, pero
después se las retiró porque Él quiere ser correspondido. La semilla
debe germinar, el terreno debe ser fértil. Solamente se necesita acoger
a Dios que llama a la puerta y, si no se le abre generosamente para
recibir su visita, pasa de largo, no se detiene a hospedarse. Exige
cierta disposición. El resto lo hace Él, y sabe hacerlo bien.
·
Os suplico en nombre de Cristo, que no os dejéis ganar por la
tibieza para el bien, y que os atengáis a mis sugestiones: por amor de
Dios, no dejéis inactivas las Gracias, derramadas en abundancia sobre
vosotros por los sacramentos. Adelantad en la caridad, dilatad vuestros
corazones, llenos de confianza en el Espíritu Santo.
·
No escuchéis lo que os
dice vuestra imaginación. Por ejemplo, que la vida que lleváis es
incapaz de guiaros al bien. La gracia de Jesús vela y os hará obrar
para ese bien. Estad seguros que cuanto más ama a Dios un alma, menos
le siente. La cosa parece extraña e imposible, si se la considera desde
el punto de la criatura caída, pero en el reino del amor todo es
diferente.
11.
La
oración
·
Quien no medita me
recuerda al hombre que no echa una mirada al espejo antes de salir y,
poco cuidadoso de su aspecto, aparece en público desaliñado, sin darse
cuenta.
·
Resígnate y no temas
ante la noche que cae; mientras tanto, haz lo que dice David: elevad en
la noche vuestras manos hacia el santuario y bendecid al Señor. Sí,
bendigamos de todo corazón al Señor, bendigámoslo sin cesar y pidámosle
que sea nuestro guía, nuestra nave, nuestro puerto.
·
El alma que busca y desea
la visita de Dios, tiene que apartarse del bullicio del mundo.
·
Os equivocáis al querer
medir el amor del alma a su creador por la dulzura sensible que
experimenta al amar a Dios. Ese amor es propio de las almas que se
encuentran todavía en la simplicidad de la infancia espiritual. El
amor, en cambio, de las almas que ya han superado esta infancia
espiritual es el de amar sin sentir gusto ni dulzura en lo que se llama
alma sensitiva.
·
¡Reavivad
vuestra Fe!: ¡orando, os salvaréis!
·
El que medita, dirige sus
pensamientos a Dios, espejo de su alma; trata de conocer sus defectos;
hace lo posible por corregirlos; frena sus impulsos, y ordena su
conciencia.
·
Pediréis a Dios todas
aquellas gracias y aquellos auxilios de que tenéis necesidad;
encomendaréis al Señor a todos los hombres, en general o en
particular; rogaréis por el establecimiento del reino de Dios, por la
propagación de la fe, por la exaltación y el triunfo de nuestra santa
madre la Iglesia; por los vivos, por los muertos, por los infieles y por
los herejes y por la conversión de los pecadores.
·
La meditación no es un
medio para elevarse hacia Dios, sino un fin. Tiende a amar a Dios y al
prójimo. Amad a Dios con toda vuestra alma y sin reservas.
·
Por favor os lo pido, no
estropeéis la obra de Dios en vosotros. Cuando notéis que vuestra alma
siente deseos irresistibles de contemplar a Dios, en Sí mismo o en sus
atributos, dadle libertad, y no pretendáis ascender hasta Él con
razonamientos y más razonamientos, primera parte de la meditación;
antes bien, procurad acceder afectivamente a Dios, segunda parte de la
meditación y, osaría decir, la definitiva. La primera parte os sirva
para la segunda, pero, cuando el buen Dios os sitúa ya en la segunda,
no queráis retroceder: lo estropearíais todo.
·
Determinad cuánto durará
la meditación y no capituléis antes de tiempo, incluso a costa de
grandes sacrificios.
·
Todas las oraciones son
buenas, siempre que vayan acompañadas por la recta intención y la
buena voluntad.
·
Acordaos, hijos míos,
que soy tan enemigo de los deseos inútiles como de los deseos
peligrosos y malos, pues, aunque sea bueno lo que se desea, nuestros
anhelos son siempre defectuosos, especialmente si están animados de
excesiva solicitud, pues Dios no nos exige este género de bienes, sino
otros en los que quiere que nos ejercitemos. Si Él quiere hablarnos,
como a Moisés, entre espinas, desde la zarza, entre nubes y relámpagos,
no nos obstinemos en desear que Dios nos hable entre suaves y frescas
brisas, como habló a Elías.
·
El
que ora se salva; el que no ora, se condena.
·
Se
ha perdido la ruta por no querer emplear un poquito de tiempo con Dios.
El orar os provoca fastidio. Estáis muy apegados al mundo y ya no sentís
necesidad de Dios. Lo imaginas lejos de vosotros, y por eso lo mantenéis
arrinconado como si no existiese. Halláis solamente tiempo para vuestro mortal entretenimiento, el
televisor, ofuscando siempre más y más vuestras mentes, contagiadas
con tantas revueltas malsanas y pecaminosas.
·
Reza, espera y no te
preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y
escuchará tu oración... La oración es la mejor arma que tenemos; es
la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús no solo con tus
labios, sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes
hablarle solo con el corazón.
·
Toda oración es buena
cuando es sincera y continua.
·
El don sagrado de la
oración está a la derecha del Verbo, nuestro Salvador. En la medida en
que vaciéis vuestro “yo” de sí mismo, es decir, del apego a los
sentidos y a vuestra propia voluntad, echando raíces en la santa
humildad, el Señor hablará a vuestro corazón.
·
No
se consigue la salud espiritual sino con la oración; no se gana la
batalla sino con la oración.
·
Sólo
deseo ser un pobre monje que reza.
·
Si vuestro espíritu no
se concentra, vuestro corazón está vacío de amor. Cuando se busca sea
lo que sea con avidez y prisa, puede uno tocar cientos de veces el
objeto sin ni siquiera darse cuenta. La ansiedad vana e inútil os
fatigará espiritualmente, y vuestro espíritu no podrá dominar su
sujeto. Hay que liberarse de toda ansiedad, porque ella es la peor
enemiga de la devoción sincera y autentica. Y esto principalmente
cuando se ora. Recordad que la gracia y el gusto de la oración no
provienen de la tierra, sino del cielo, y que es en vano utilizar una
fuerza que sólo podría perjudicaros.
·
Esforzaos por orar, pero
con la humildad y la sinceridad; abrid vuestro corazón cara a los
cielos, para que descienda sobre él
el rocío benéfico.
·
En
los libros se busca a Dios, en la oración se lo encuentra
·
Las gracias y los gozos
de la oración no son aguas de la tierra, sino del cielo. Todos nuestros
esfuerzos no son suficientes para hacerlas caer, pero es igualmente
necesario preparamos con la mayor diligencia, serena y humildemente. Hay
que tener el corazón constantemente abierto en espera del rocío
celestial. No olvides este consejo en la oración, pues te acercará a
Dios y te ayudará a mantenerte en su presencia.
·
Cuando os distraigáis en
la oración, no aumentéis la distracción entreteniéndoos en averiguar
el porqué y el cómo. Haced como el caminante extraviado que, apenas se
da cuenta de haberse equivocado de camino, inmediatamente busca el
justo. Así vosotros, continuad vuestra oración sin entreteneros en las
distracciones.
·
Practicad con
perseverancia la meditación a pequeños pasos, hasta que tengáis
piernas fuertes, o más bien alas. Tal como el huevo puesto en la
colmena se transforma, a su debido tiempo, en una abeja, industriosa
obrera de la miel.
·
Las plegarias de los
Santos en el Cielo y de los justos en la tierra, son cual perfume de
duración eterna.
·
La oración debe ser
insistente, pues la insistencia denota fe.
·
Hay que progresar, jamás
retroceder en la vida espiritual. Si no, nos acaece como a la nave que,
en vez de adelantar, se para. El viento se encargará de hacerla
retroceder.
·
La oración es nuestra
mejor arma. Es la llave que abre el corazón de Dios.
·
Nuestro Señor, en cuanto
considera nuestra alma lo bastante viril, lo bastante entregada a su
servicio, se apresura a quitarles las dulzuras de antaño. Llega hasta a
quitarle la facultad de meditar: es el abismo en las tinieblas y la
aridez. Esta mudanza aterra: ¡Qué gran delito habrá cometido el alma,
para atraer sobre sí tal desdicha! Escudriña su conciencia, pasa por
tamiz sus más insignificantes actos, y al no descubrir nada que
justifique su infortunio, saca en conclusión que ha sido abandonada.
¡Qué error! Lo que el alma toma por abandono es un favor
insigne. Es la transición de lo inteligible a lo contemplativo, a la
que uno no llega sino purificado.
·
Cuando la zarza arde, en
su derredor se forma una aureola. El espíritu, desconcertado, teme no
ver, no comprende absolutamente nada. Es entonces cuando se presenta
Dios y habla al alma que oye, entiende, ama y tiembla...
·
Amad al prójimo como a
vosotros mismos, y habréis conseguido el fin principal de la oración.
·
¿No son muchos los cortesanos que van y vienen continuamente ante
el Rey, no para hablarle o escucharle, sino simplemente para que los vea
y los reconozca como sus verdaderos servidores? Esta manera de estar en
la presencia de Dios, sólo para manifestarle, con nuestra asiduidad,
que somos Sus siervos, es santísima, excelentísima, purísima y de
extraordinaria perfección.
·
Si puedes hablar al Señor,
háblale, alábalo, escúchalo; si, por sentirte principiante en los
caminos del espíritu, no te atreves a hablarle, no te disgustes, entreténte,
a guisa de cortesano, en la cámara regia, y reveréncialo. Él, viéndote,
agradecerá tu presencia, tu silencio, y otra vez te consolará, tomará
tu mano, saldrá contigo a paseo por su jardín de oración.
En el caso de que esto no
acaeciese jamás, cosa imposible, pues el corazón de Padre tan amoroso
no será capaz de dejar a su criatura en perpetua vacilación, conténtate.
Nuestro deber, considerando el honor y la gracia que nos hace tolerándonos
en su presencia, es seguirlo. De esta manera no te angustiarás por
hablarle, pues, solamente el estar a Su lado, es ya una gracia, aunque
no satisfaga plenamente nuestros anhelos. Cuando, por tanto, te
encuentres ante Dios en la oración, considera tu verdad, háblale si
puedes, y si no, quédate allí, hazte ver y no te angusties.
·
Limpia
tu corazón de toda pasión terrenal. ¡Humíllate en el polvo y reza!
Así encontrarás con certeza a Dios, que te dará serenidad y paz en
esta vida y eterna beatitud en la otra.
·
Aunque no logréis hacer
una meditación perfecta, no desistáis por ello. Si las distracciones
se multiplican, no os desaniméis. Ejercitaos en la paciencia, os
enriquecéis lo mismo.
12.
Amor
·
Antes no existía; dentro
de cien años, ¿dónde estaré?... ¡O en el Paraíso o en el Infierno!
Tu vida ¿qué finalidad tiene?... Dar al Creador pruebas de amor
mediante la observancia de su ley.
·
Debemos, ciertamente,
amar la soledad, pero amemos al prójimo.
·
A nosotros, miserables y
desventurados mortales, el amor en su plenitud sólo se nos concederá
en la otra vida.
·
Es necesario amar, amar,
amar y nada más.
·
Cuanto un alma ama más a
Dios, tanto menos lo siente.
·
El amor lo olvida todo,
lo perdona todo, lo da todo sin reservarse nada.
·
Quien ama, sufre. El amor
no satisfecho es un tormento, pero un tormento dulcísimo.
·
El deseo de amar es amor.
¿Quién ha puesto en vuestros corazones este deseo de amar al señor?
¿Acaso nosotros somos suficientes para formar un solo deseo santo sin
la gracia?
·
El signo cierto para
saber si las almas aman de verdad a Dios es el saber si están siempre
prontas para la observancia de la ley santa de Dios.
·
Nuestro Señor te ama, y
con ternura; y, si no te hace sentir la dulcedumbre de su amor, es para
hacerte más humilde y vil a tus ojos.
·
¿No se nos ha mandado
amar a Dios según nuestras fuerzas? Ahora bien, si habéis dado y
consagrado todo a Dios, ¿por qué teméis?
·
Dios nos manda amarlo no
cuanto y como él merece, porque sabe hasta donde llega nuestra
capacidad, sino según nuestras fuerzas, con toda nuestra alma, con toda
nuestra mente, con todo nuestro cuerpo.
·
Decid a Jesús que haga
Él mismo lo que no podéis hacer. Decid a Jesús, como solía decir San
Agustín: “¡Oh, Jesús! ¿Quieres de mí mayor amor? ¡Dame más
amor, y yo te lo ofreceré!
·
Nuestro anhelo: amar a
Dios. Contento Él, todos felices.
·
Si un alma no tuviera más
que anhelos de amar a Dios, podría estar satisfecha, pues Dios está
donde se le desea, donde se le anhela.
·
No lo olvidéis: el eje
de la perfección es el amor. Quien está centrado en el amor, vive en
Dios, Porque Dios es Amor, como lo dice el Apóstol.
·
Tengamos siempre
encendida en nuestro corazón la llama de la caridad.
·
Todo lo podría resumir así: me siento devorado por el amor a Dios
y el amor por el prójimo. Dios está siempre presente en mi mente, y lo
llevo impreso en mi corazón. Nunca lo pierdo de vista: me toca admirar
su belleza, sus sonrisas y sus emociones, su misericordia, su venganza
o, más bien, el rigor de su justicia
·
Pecar contra la caridad
es como destrozar la pupila de Dios. ¿Qué hay más delicado que la
pupila del ojo? El pecado contra la caridad equivale a un crimen contra
natura.
·
La caridad es la vara con
el que Nuestro Señor mide todas las cosas.
·
La
caridad es la reina de las virtudes. Como el hilo entrelaza las perlas,
así la caridad a las otras virtudes; cuando se rompe el hilo caen las
perlas. Por eso cuando falta la caridad, las virtudes se pierden. La
caridad es la medida con la que el Señor nos juzgará a todos.
·
Procurad
siempre avanzar cada vez más en el camino de la Perfección y abundad
siempre más en la caridad.
·
Las cosas humanas necesitan ser conocidas para ser amadas; las
divinas necesitan ser amadas para ser conocidas.
·
La
caridad es la medida con la que el Señor nos juzgará a todos.
·
Tengamos siempre
encendida en nuestro corazón la llama de la caridad.
·
Amo
a mis hijos espirituales tanto como a mi alma, y aun más.
·
Al
final de los tiempos me pondré en la puerta del paraíso, y no entraré
hasta que no haya entrado el último de mis hijos.
·
El que carece de amor
hiere a Dios en lo más delicado de su Ser.
·
El amor que no se basa en
la verdad y la justicia, no es amor.
·
Todas las desgracias son
hijas de la culpa. El hombre traicionó a Dios... pero la misericordia
de Dios es grande... Un solo acto de amor a Dios tiene tanto valor ante
Sus ojos, que de muy buena gana lo recompensaría con el don de la
creación.
·
El amor no es más que
una chispa de Dios en los hombres, la esencia misma de Dios
personificada en el Espíritu Santo; nosotros, pobres mortales, deberíamos
entregarnos a Dios con toda la capacidad de nuestro amor.
·
Nuestro amor, para ser
digno de Dios, tendría que ser infinito, pero sólo Dios es infinito...
No obstante, tenemos que amar con todas nuestras energías; así, un día,
el Señor podrá decirnos: “Tuve sed y me diste de beber; hambre y me
diste de comer, sufría y me
consolaste...”
·
Dios puede rechazar
absolutamente todo de una criatura concebida en pecado y marcada con la
huella imborrable de la herencia de Adán, pero nunca rechazará el
deseo sincero de amarlo.
·
Tratad de progresar
constantemente en la caridad. Ensanchad vuestro corazón confiadamente
ante los carismas divinos que el Espíritu Santo quiera volcar en él.
·
Si queremos cosechar, no
es tan necesario sembrar mucho como sembrar en tierra buena y, cuando
esta semilla crezca y sea planta, debemos tener cuidado para que no la
sofoque la cizaña.
·
¿Es que no has amado
desde hace tiempo al Señor? ¿Es que no lo amas todavía? ¿Es que no
deseas amarlo eternamente?
·
Estad tranquilos, pues el
amor habita en vuestros corazones. Si anheláis todavía más amor,
hasta llegar a poseer el amor perfecto, esto significa que no podemos
pararnos en el camino del amor y de la perfección. Bien sabéis que el
amor perfecto lo tendréis poseyendo el Objeto de este amor; ¿a qué,
entonces, tantas preocupaciones y desalientos inútiles? Llenos de
confianza, suspirad confiadamente y no temáis.
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El amor y el temor tienen
que ir juntos. Son inseparables: el temor sin amor degenera en
violencia; el amor sin temor, en presunción. El amor sin temor corre
como caballo desbocado. No sabe a dónde se dirige.
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Quiera Dios conservaros
siempre en su santo amor y haceros ascender a la más alta cima de la
perfección cristiana.
·
Yo, por la gracia de
Dios, he cumplido mi jornada y creo haber cumplido con mi deber en dar
al Amor todo lo que Él, por amor, me ha dado a mí a lo largo de su
Calvario.
·
¡Si supiéramos cómo
resulta cien veces centuplicado por Dios todo acto, aún el más mínimo,
hecho por su amor!
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En sustancia, el amor de
Dios es una ofrenda de nuestra voluntad a Dios, quien la coloca por
encima de todo, en razón de su bondad infinita
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